La semana
El embajador
Miguel Ángel Sánchez de Armas
Juego de ojos
Hace algunos años
conocí a Miguel Basáñez en una reunión. Después lo vi en un par de ocasiones; no
somos amigos y no creo que me recuerde. Pero será nuestro embajador en
Washington y el sábado anterior comenté en una cena que lo veía como
encuestador y académico prestigiado, pero no lo imaginaba representándome en el
imperio. Mis contertulios, analistas políticos, estuvieron de acuerdo.
He seguido la
discusión sobre su nombramiento en los medios. Es equilibrada –sin las pasiones
que ha despertado el affaire PRD-Morena
o la designación de Beltrones en el PRI- y más bien aburrida: aplausos desde el
oficialismo y críticas de la oposición y de parcelas de la Academia, más o menos
a partes iguales. Un debate etéreo, para iniciados, que pronto se diluirá… pero
que toca una fibra que interesa a todos los ciudadanos, no sólo a las
instituciones.
Mi lectura al
hecho de que el Presidente haya nombrado a un amigo y no a un diplomático de
carrera o a un funcionario de alto nivel, es que la relación con Estados Unidos
está en un nivel muy bajo, quizá preocupante. Veo en esto varios momentos, no
necesariamente en orden cronológico: la expulsión de Carlos Pascual, la vacante
de cinco meses en nuestra sede diplomática en Washington, la redefinición del
mecanismo de cooperación para la lucha contra el crimen organizado, la presión
para revalorar el TLCAN, la exigencia de que México participe en misiones
internacionales de paz, la preocupante asimetría económica con el vecino del
norte, la fuga de “el Chapo”, entre otros.
La compleja y fascinante
historia de la relación México – Estados Unidos tiene momentos turbulentos en los
que un presidente debió tomar decisiones fuera de la ortodoxia e incluso en
contrapunto con los protocolos diplomáticos para atemperar las presiones y
buscar caminos de solución (algo que no es bien vistos en las cancillerías). Un
embajador no representa a su cancillería; su primera responsabilidad es
mantener un canal de diálogo entre el presidente que lo nombró y el presidente
del país huésped. Por ello en tiempos de relación ríspida los mandatarios pueden
elegir recurrir a hombres de confianza no atados por los convencionalismos y aherrojados
por el ceremonial diplomático y dejan de lado las opciones de personas formadas
en el servicio exterior.
Algunos ejemplos.
Para Abraham Lincoln la relación con México era lo más importante de la
política exterior de la naciente Unión. En momentos turbulentos para ambos
países, decidió que no fuera un diplomático quien llevara la representación de
su gobierno al sur, sino su amigo y correligionario Thomas Corwin, cabeza de la
oposición a la guerra con México. Gracias a él Lincoln pudo dar ayuda a Juárez
en su lucha contra el Segundo Imperio. Casi al mismo tiempo, el presidente
confederado, Jefferson Davis, tuvo en México un enviado con la misión de explorar
las posibilidades de una anexión en alianza con Francia al término de la guerra
civil… y el triunfo sureño, claro.
Woodrow Wilson
siguió el ejemplo y mandó a un experiodista, William Bayard Hale, y a un ex
gobernador, John Lind, ambos de su círculo íntimo, a reportar sobre la
situación durante la dictadura de Huerta. Una consecuencia fue el retiro y
desafuero del embajador Henry Lane Wilson, autor intelectual del asesinato de
Madero y Pino Suárez.
Un episodio más
cercano e ilustrativo fue el nombramiento de Josephus Daniels como embajador en
México al inicio de la primera presidencia de Franklin D. Roosevelt. Daniels no
hablaba español y era uno de los principales enemigos de los monopolios
empresariales en su país. Como secretario de la Marina de Guerra en 1914 había
organizado la invasión de Veracruz, por lo que en M subsecretario Sumner
Welles se quejaron de que en México, Estados Unidos tenía que lidiar con un
gobierno respondón y “con nuestro embajador”. Un caso curioso por que fue en
sentido inverso, fue el de Owen St. Clair O’Malley, el ministro inglés en la misma
época, muy cercano y de todas las confianzas de Whitehall, pero de un torpeza
tal que acabó por hacerse expulsar y provocó el rompimiento de las relaciones
entre México y el Reino Unido. éxico
se alzaron virulentas protestas por su nombramiento. El presidente Abelardo
Rodríguez expresó su inconformidad y sólo cuando el Secretario de Estado le
mandó una nota personal asegurándole que se trataba de un “antiguo y confiable”
amigo de Roosevelt, accedió al placet.
Roosevelt llamaba “jefe” a Daniels y éste era de los pocos que tuteaban al
quisquilloso presidente. Su encomienda principal fue velar por la aplicación de
la “Doctrina del Buen Vecino” y en la secuela de la expropiación petrolera su
cercanía con FDR permitió encadenar a los halcones
del Departamento de Estado y a las empresas petroleras que pujaban con
todas sus fuerzas por una invasión. En más de una oportunidad el secretario
Cordell Hull y el
El presidente Cárdenas tuvo en Washington al médico,
académico, escritor y diplomático Francisco Castillo Nájera, cercano amigo suyo
y con relaciones privilegiadas en el gobierno de Estados Unidos, pero también
un realista que al recibir la noticia del desenlace petrolero de parte de Jesús
Silva Herzog, exclamó: “Ah chingaos… ¡Si
hay expropiación, hay cañonazos”. Héctor Cárdenas (Universal, 14 de agosto), recuerda que “Matías Romero […] logró el
apoyo de Washington para la restauración de la República, en condiciones
precarias”.
En este contexto,
pienso que la misión de Miguel Basáñez será buscar caminos para reparar una
relación que, en mi opinión, están más allá de las posibilidades de una
política exterior conservadora, medrosa y esclerosada que hace mucho dejó de
estar a la altura de los Castillo Nájera, los Estrada, los Bosques, los
Martínez Corbalá o los García Robles.
Basáñez va a
rendir cuentas en Los Pinos, no en la Avenida Juárez. Si éste fue el ánimo del
Presidente al nombrarlo, no se le debe escatimar un reconocimiento.
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