¡Nunca más!
Por Miguel Ángel Sánchez
de Armas
Juego de ojos
“La vida se detuvo ayer en Israel durante
dos minutos en las calles, oficinas y escuelas, para rendir un tributo
silencioso a los 6 millones de víctimas judías del nazismo, en el Día del Holocausto.
A las 10 de la mañana (hora local) los coches, el tranvía de Jerusalén, los
autobuses y también los peatones quedaron inmóviles durante 120 segundos para
participar en este homenaje colectivo. Asimismo, todas las cadenas de radio y
de televisión que difundían desde el miércoles testimonios, documentales y
películas sobre el genocidio interrumpieron su programación. Cerca de 189 mil
personas que lograron escapar del horror nazi viven hoy en el Estado Israelí” (La Jornada, 17 de abril).
En el verso de Martin Niemöller –quien antes de ser pastor luterano comandó
un submarino y apoyó al nazismo en sus inicios- una voz que parece haber
perdido la esperanza nos amonesta: Primero vinieron por los judíos / y no
dije nada / porque yo no era judío. / Luego vinieron por los comunistas / y no
dije nada / porque yo no era comunista. / Luego vinieron por los sindicalistas
/ y no dije nada / porque yo no era sindicalista. / Luego vinieron por mi /
pero ya no quedaba nadie / para hablar por mi.
El silencio y la ceguera inducida o voluntaria casi siempre han ido de la
mano de grandes atrocidades. Los bombardeos en Camboya; los campos de
aniquilamiento del Khmer Rojo; las limpiezas étnicas en los Balcanes, en
Burundi, en Etiopía, en Uganda; la política británica de tierra quemada en
Sudáfrica; el Holocausto; la represión del pueblo palestino. En estos
episodios, de entre una lista que llenaría cientos de páginas, el silencio y el
ver hacia otro lado fue una constante. Las primeras noticias de los campos de
concentración nazis fueron relegadas a pequeños espacios interiores por los
editores judíos del New York Times para no dar la impresión de que eran
manipulados por la propaganda.
En la última semana de abril conmemoramos los “días del recuerdo” del
Holocausto. Creo que todo el año debiera serlo. Debemos aprender del pasado.
Hay que prohibir el olvido. En el Yad Vashem de Jerusalén, en el Museo del Apartheid
en Johannesburgo, en los memoriales en Riga, Auschwitz, Mauthausen; en el
testimonio del Gulag soviético; en el recuerdo de los Laogai de la “revolución
cultural” china, está la memoria que es la única defensa contra las
bestialidades en las que nuestra especie incurre cíclicamente y “justifica” con
las más terribles doctrinas.
Al revisar los archivos, descubro que desde 1933, aquí y allá, en diarios
locales de poca circulación, se dieron noticias que debieron haber sido como
focos rojos; compruebo una vez más que las hemerotecas son como dedos
acusadores.
El 2 de abril de 1933 el Charleston Gazette publicó: “En Alemania,
día de boicot contra judíos”, dando cuenta de movilizaciones de camisas pardas
que pintaron leyendas como “Peligro, tienda judía” y “Cuidado con el judío”,
junto con calaveras y huesos cruzados, en comercios.
The Sheboygan Press del
27 de noviembre de 1935 llevó la nota: “Hitler asegura que Alemania es el dique
contra el comunismo”, con declaraciones del canciller en el congreso de Núremberg
que votó las leyes raciales que prohibieron el matrimonio entre judíos y no
judíos y despojaron de derechos civiles a los alemanes con sangre judía. “Esta
legislación no es antijudía; es pro alemana”, dijo el cabo demencial.
“Ordenan cesar la violencia contra los judíos en Alemania” fue el titular
del Edwardsville Intelligencer del 10 de noviembre de 1938. En la nota
se lee que el médico norteamericano Lawrence K. Etter y varios noruegos, suizos
y daneses, fueron llevados a la comisaría por tratar de tomar fotos y filmar a
la turba nazi que se dedicó a destruir comercios y sinagogas, además de arrestar
a miles de judíos “para protegerlos”.
En el Circleville Herald del 21 de febrero del 41 apareció la
información de que todos los judíos vieneses serían deportados a Lublin,
Polonia, en doce corridas mensuales de trenes especiales. En Lublin se estableció
el campo de concentración de Majdanek.
“Terror y muerte para judíos alemanes” fue el título del reportaje firmado
por Pierre J. Huss en el Lowell Sun el 27 de enero del 42: “Una noche
pasé por la sinagoga de la Fasanen Strasse (destruida por los nazis en
noviembre del 38). Vi un conjunto de camiones y pensé que estarían instalado en
las ruinas una batería antiaérea. En la oscuridad escuché gemidos y voces que
daban órdenes. Regresé para averiguar. Por accidente me había topado con una de
las primeras concentraciones de judíos en sus antiguas sinagogas para de ahí
ser llevados a los guetos de Galicia. El sistema de Martin Bormann para
liquidar a los judíos era tan eficiente como inhumano. Noche a noche alrededor
de las 11, escuadrones volantes de la Gestapo salían por la ciudad para sacar
de sus hogares a familias judías”.
El 29 de noviembre del 43, The Gleaner dio cuenta de la masacre de
siete mil judíos en Babi Yar, en las afueras de Kiev, en represalia por
supuestos atentados contra las tropas nazis que avanzaban al Don y al Volga.
“Los alemanes obligaron a prisioneros rusos a cubrir los cuerpos de los
ejecutados. Muchos estaban vivos, de tal suerte que la tierra se movía en la
fosa”.
Un año después, el Galveston Daily del 26 de noviembre anunció el
reconocimiento oficial de las atrocidades: “Funcionarios estadunidenses
describen asesinatos masivos de los nazis”. La nota es un testimonio de las
condiciones en los campos de Auschwitz y Birkenau: “Es innegable que los
alemanes han asesinado a millones de civiles sistemática y deliberadamente”.
El 30 de abril del 45 en el Herald Press apareció la noticia de que
el ejército norteamericano había liberado a 32 mil “muertos vivientes” en
Dachau y el Gleaner del 21 de noviembre siguiente publicó a ocho columnas:
“Comienza el juicio de los principales criminales de guerra nazis”. Exactamente
70 años después, el martes 21, en Luneburgo, Alemania, Oskar Gröning, de
93 años, fue llevado ante un tribunal acusado de complicidad en 300,000
homicidios, como “contador” del campo de concentración de Auschwitz. El anciano
pidió perdón a las víctimas, algunas presentes en la sala.
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